“Que vacío tan hondo, ¿tan difícil es entender lo que hice?”
Todo lo que se había planeado tan cuidadosamente, tras varias semanas de locura y fantasía llegue a convencerme que podía hacerse realidad y como no fascinarse con esa mirada.
El joven se encontraba sentado en el sillón de amplio respaldo, con una mirada vidriosa, por el ventanal a su izquierda se observaba la incipiente claridad, unas ultimas estrellas estaban rápidamente cediendo el paso a la inevitable mañana que prometía un sol esplendoroso ya que ni una sola nube asomaba por el horizonte, lo que era raro para esa época del año en que el verano se despide y el otoño apenas inicia.
El joven se levantó intentando desperezarse, cuando una mancha oscura en la pared llamo su atención, camino hacia la pared y se detuvo para contemplar con mayor detenimiento la mancha, como quien examina la más fascinante obra de arte, a pesar de que solo era un borrón negro como si hubiesen difuminado la pared con carboncillo.
Recorrió con su mano derecha la mancha centímetro a centímetro, -Sí solo hubiese sido un poco a la izquierda, yo no sufriría, no sentiría- dijo en voz muy queda el joven y una lágrima solitaria resbalo por su mejilla hasta detenerse en su incipiente barba y con ello el torrente de recuerdos regresó una vez mas como había regresado a lo largo de la noche anterior.
El niño hablaba por momentos a gritos con su hermano mayor.
-Entiéndelo Albus no puedes estar dando tus “brillantes discursos” con nuestra hermana a cuestas, al primer estallido de magia involuntario el Ministerio la internará en San Mungo, quizás para siempre y todo habrá sido en vano. Reconsidera, déjame quedarme con ella, yo no soy como tu, no necesito la escuela y tu serás libre de hacer lo que te plazca, solo déjanos en paz
Por un momento el mayor de los hermanos pareció reflexionar sobre la propuesta, pero después hundió los hombros y respondió.
-No, es mi obligación, se lo prometí a nuestra madre, Gellert y yo somos lo suficientemente hábiles para poder manejar los estallidos de Ariadna y en cuanto tengamos la capa todo será mas fácil.
-¿Y cuando será eso? ¿En 10 años? ¿En 20 quizás?, abre los ojos Albus, no te dejes seducir por la “señorita alemana”
-Eres un niño estúpido- se oyó una voz desde el pasillo que dejaba sentir odio en cada una de las sílabas pronunciadas- Agradece el afecto que le tengo a tu hermano sino…
-Si no ¿que? ¿Me matarías? No lo dudo, se cuentan muchos rumores sobre porque te echaron de Durmstrang, si la mitad de ellos son ciertos no dudaría que fueras capaz. Loco desquiciado.
-Es suficiente Aberforth, no tolerare un insulto más hacia Gellert ahora vete.
-Eres un maldito necio Albus, ¿Qué no ves como te controla? Me dan asco, par de…
-¡CRUCIO!- grito el joven de cabello rubio sin dejar terminar la frase al muchacho mas joven- No creo que tú seas el más indicado para hacer comentarios sobre preferencias sexuales niñito idiota.
-¡NO! Detente Gellert, no quiero lastimarte- Dijo Albus quien tenia su varita lista y apuntando directo al pecho de Gellert, sus ojos se encontraron y el joven rubio bajo su varita rompiendo el hechizo.
-Yo… no podemos echar todo abajo,-miraba suplicantemente a Albus- Hay mucho en juego podemos lograrlo pero necesitamos estar unidos, tu y yo Albus, juntos, por siempre.
-Dios, esos ojos, podría ir al infierno por esos ojos.
El dolor cesó y el joven permaneció en el suelo respirando trabajosamente, temblando de pies a cabeza mientras una rabia sorda cubría su cuerpo se infiltraba en su torrente sanguíneo y bloqueaba sus pensamientos, no escuchaba nada, sus ojos se inyectaron en sangre y la magia pugnaba ferozmente por salir y ofrecer un castigo igual o peor, nada existía para Aberforth Dumbledore nada excepto un primitivo instinto de venganza, mecánicamente se levantó y dirigió su varita hacia el enemigo que ofrecía tentadoramente la espalda enfrascado en una plática sin palabras con su hermano, Aberforth dejó que su enojo fluyera en forma de magia a través de su varita cuando gritó
– ¡CRUCIO!
Gellert no se revolcó en el suelo a causa del dolor como Aberforth pero la transformación a causa del impacto fue demasiado evidente para Albus, sus ojos abandonaron todo matiz de ternura para consumirse en el fuego de la ira, rugiendo contra su atacante.
–Avada Kedabra.
Apenas le dio tiempo al joven para apartarse de la maldición asesina y rodando sobre el suelo respondió de la misma manera mientras Gellert lanzaba otro Avada Kedabra
-¡NO! Deténganse, Expelliarmus, Impedimenta Albus lanzaba hechizos intentando desarmar o aturdir a los dos duelistas cuando una maldición asesina golpeo a escasos centímetros de él dejando una quemadura en la pared. Lo que lo dejó momentáneamente paralizado sin poder apartar la vista del lugar donde el hechizo había impactado en la pared, hasta que un grito desgarrador, como el de un animal herido, lo sacó de su estupor.
La escena que tenía frente a sus ojos parecía tan irreal que solo pudo asumirla por partes mientras el tiempo parecía correr de manera lenta, por un lado su hermana Ariadna quien debió haber sido atraída por los gritos del duelo estaba tirada en el suelo en una alfombra formada por su propio cabello con los ojos desencajados, frente a el su hermano con una expresión de terror en su rostro dejaba que las lagrimas rodaran libres viendo el cadáver de su hermana mientras Gellert parecía salir de su sorpresa y levantaba firmemente la varita contra Aberforth, entonces el tiempo recuperó su velocidad y Albus tomo su decisión.
– Expelliarmus, la varita de Gellert voló de sus manos y fue a detenerse varios metros por delante lanzando a su vez a Gellert contra el muro del pasillo.
– Gracias hermano- dijo Aberforth –Ahora este maldito va a pagar.- dirigió su varita hacia Gellert con cruel regocijo reflejado en su rostro –Avada…
–Imperio– Pronunció Albus con un tono grave- Recoge la varita de Gellert y la tuya hermano, ahora toma asiento y guarda silencio.
Un Aberforth con el rostro tranquilo y apacible llevo a cabo las órdenes y tomó tranquilamente asiento frente a su hermano, quien ahora tendía la mano hacia Gellert con una sonrisa en el rostro.
-Lo siento, era necesario, no podía dejar que mataras a mi hermano.
La sonrisa cubría el rostro de Gellert Grindewald mientras aceptaba la mano, sus ojos de un color gris acerado volvían a tener esa chispa que tanto atraía a Albus, lo abrazó y sus labios se unieron por un largo minuto.
-¿Que haremos ahora?- Dijo Gellert tomando asiento frente al ahora inofensivo Aberforth.
-No te preocupes todos nuestros sueños se harán realidad y llevaré a cabo por entero nuestros planes, pero antes debo saber algo- y con un rápido movimiento convocó ambas varitas sobre la mesa, uniendo la punta de su varita con la varita de Gellert
-Prior Incantato, -un pálido humo salio de la punta de la varita tomando la forma de Ariadna Dumbledore.
–Lo suponía, Deletrius– dijo Albus con una sonrisa triste en el rostro, sin sentirse orgulloso de lo firme y serena que salía su voz mientras la figurilla de Ariadna se disolvía- Sin embargo no resistí el besar de nuevo tus labios. Adiós Gellert, Avada Kedabra.
El rostro de Gellert iluminado por el resplandor verde junto y el terror en sus ojos grises fue demasiado para el joven, que ahora permanecía sentado en el suelo bajo la mancha en la pared, el resto de los recuerdos eran difusos, la transformación de los cuerpos de Ariadna y Gellert en troncos para ser incinerados en la chimenea y la modificación total de la memoria a Aberforth quien ahora dormía placidamente en su habitación.
-Bien, ahora solo resta esperar que mi hermano vaya a Hogwarts y después empezare mi búsqueda. Cumpliré mi promesa, nuestros sueños se harán realidad.
Y las palabras le llegaron como si el mismo Gellert Grindewald se las estuviese susurrando al oído.
–Gregorovitch la tiene.